jueves, 18 de abril de 2013

El País se autoincinera

Todos los periódicos tienen su línea editorial y sirven a unos intereses en detrimento de otros. Ello es normal y no debería implicar a priori ningún juicio sobre la calidad de sus informaciones y sobre el trabajo de sus periodistas.
En lo que se refiere a Venezuela, El País marcó una línea editorial muy discutible políticamente en abril de 2002. Decía entonces El País, al calor del golpe de Estado que trató de derrocar a su presidente constitucional que Chávez era un “caudillo errático y un autócrata peligroso para su país y para el resto del mundo” que apenas había recibido “un empujón”. El País elogiaba además a los militares golpistas por haber cedido la presidencia a Rafael Carmona, un civil, a la sazón presidente de la patronal venezolana. El editorial podía resultar sorprendente en una publicación que pretende identificarse con los valores de la democracia y que se dirige a lectores progresistas. Sin embargo, por mucho que nos disgustara a algunos, no ponía en cuestión la calidad del periódico.
Se puede estar en desacuerdo con aquel editorial y se puede acusar de derechista y golpista al periódico pero un periódico, aún pro-golpista y de derechas, puede ser un magnífico periódico.
Sin embargo, lo que estamos viendo en los últimos tiempos, en relación al tratamiento de El País de lo que sucede en Venezuela, no es ya una línea conservadora, eventualmente favorable a la derecha venezolana e incluso a soluciones políticas ilegales ante la nueva victoria electoral del chavismo, sino sencillamente basura.
La foto falsa de un Chávez agonizante fue tan escandalosa que llegó a provocar incluso la ironía de uno de los directores de periódico menos respetables de nuestro país, Pedro J. Ramírez, que desde su cuenta de Twitter presumía de haber rechazado publicarla. Es difícil imaginar mayor humillación para el que aspira a ser el periódico de referencia en lengua castellana que Pedro J. le acusara, con razón, de sensacionalismo.
Lo que vimos ayer en la noticia firmada por el corresponsal Luís Prados, vuele a hacer que El País arroje por la borda el prestigio que aún conserva. Prados no es un opinador sino un corresponsal y ello debiera implicar que no se pueden atravesar ciertos límites. Una cosa es que al periodista se le note la ideología (les pasa a todos y sería horrible que no pasara) y otra bien distinta es humillar la dignidad del periodismo. Prados describe la revolución bolivariana como “el empobrecimiento progresivo, espiritual y material, de todos sus ciudadanos y la institucionalización de la mentira” y se refiere a las bases sociales del chavismo, a los ciudadanos que votaron por sus candidatos, como “lumpen urbano”. El “periodista” se permite señalar además como “fraudulentas” las últimas 17 elecciones celebradas en ese país, que han sido siempre avaladas por observadores internacionales de distinto signo.
En nada sorprende que El País defienda sus intereses empresariales en América Latina y con ellos a una oposición venezolana que solo respeta la democracia cuando gana, pero que se permita la publicación de “análisis” como el citado, es una pésima noticia para todos los profesionales, del signo que sean, que ejercen el periodismo.
 
 
(editorial de Pablo Iglesias tomada del sitio "Público". Sin duda la posición monárquica del diario español es respaldada por colaboradores habituales como Enrique Krauze, historiador, y Mario Vargas Llosa, escritor de formación militar.)

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