viernes, 8 de marzo de 2013

Sarduy encuentra a Cristo.

Es comprensible que las pinturas de Severo Sarduy encuentren un hogar permanente en la Firestone Library. Aunque es algo poco conocido, Sarduy tenía una relación muy especial con Princeton. El escritor cubano hace un tributo a la universidad en uno de los capítulos de El Cristo de la rue Jacob (1987). El texto aparece en una parte del libro titulada “Arqueología de la piel”, que relata la historia que hay detrás de varias cicatrices de su cuerpo. Sarduy describe cómo se hizo una de sus cicatrices más visibles. “Dos dientes rotos, una puntada en el labio inferior”, que se le hicieron durante una visita a Princeton: “Todo comenzó en los Estados Unidos, en la Universidad de Princeton. Un accidente común, un resbalón en la nieve –la verdad es que no había nieve–, sólo un juego ambiguo con un estudiante no muy bien entrenado en judo. El había creído que mi alcoholismo era una simulación nocturna. Esbocé una danza karate y luego de paralizarme caí repentinamente al suelo. Después de haber pasado una noche con mi cara cubierta por el hielo, como si fuera un cadáver envasado en hielo seco, decidieron llevarme al hospital para que me pudieran hacer algunos puntos de sutura en los labios.” Después de esta apertura intrigante, Sarduy pasa a narrar el resto de su estancia en Princeton: un viaje por la mañana temprano a la sala de emergencias del hospital, seguido de una visita accidental a una Iglesia Negra donde la congregación afroamericana oró, lloró y cantó por él: “‘Sí, ¡eso es verdad!’, gritaban los protestantes. Y seguían llorando y gritando”.
La historia termina cuando Sarduy, ya de vuelta en París, sale de su oficina de Éditions du Seuil en la calle Jacob, y tropieza con una escena de lo más inusual: un camión que acaba de doblar la esquina lleva una pintura de tamaño natural de un Cristo con los brazos abiertos. El Cristo parece mirarlo. Este Cristo de la calle Jacob lo transporta a su experiencia de Princeton: “Comprendí inmediatamente que estaban tratando de decirme algo –Cristo, o mejor dicho, la pintura, que siempre ha hablado conmigo–. O tal vez, en cambio, era yo quien quería decirle algo. Sí, eso es lo que era. Yo quería decirle algo con fuerza, con aquel tono utilizado por el Ministro Negro en la Universidad de Princeton. Quería decirle algo con aquel tono, estoy seguro de eso. Pero nunca supe qué”.


(nota de Rubén Gallo en el sitio "revistañ", Clarín.)

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