domingo, 6 de enero de 2013
EL SALVOCONDUCTO
a Guadaluz
La maleta que me regalaste en abril, yo no lo sabía, tiene un salvoconducto que me lleva al lugar del incendio, un parpadeo anterior al siniestro. Así he presenciado el tsunami de este día, antes de apreciar el talle de Aurora, la gota de semen de Ocaso y el pene enhiesto de Cenit. Es una valija incansable que viene o va desalada, desovada, desnorteada, desbrujulada, descentrada, desplazada sólo para contemplar el fuselaje humeante del últtimo vuelo de Saint-Exupéry, el rayo que emerge de la entrepierna del Divino Marqués, el aliento postrero y turbio de Teresa de Ávila, la penúltima pausa labial de Mariana de Alcoforado, las cuitas no reveladas de Lezama Lima en sus propias heces matinales, los trastornos de próstata de Borges, los piojos del pubis de Kowalski, la cirrosis de Tennessee... la maleta ligera.
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