viernes, 16 de noviembre de 2012

Herbert: abrazar la impureza del lenguaje

Julián Herbert aparece vestido de jeans, una mochila y cabeza rapada, sencillo entre los escritores que pasean por la Estación Mapocho de traje y anteojos de carey. Se sienta y mientras apura un cigarro habla del cansancio producto de meses de entrevistas y vuelos que vinieron después de ganar los premios Jaén de Novela 2011 y el Premio de Novela Elena Poniatowska, de México. Días ajetreados que lo sacaron de su pequeño paraíso en Saltillo, ciudad a 400 kilómetros de la frontera con Texas, y una casa con huerta donde en las mañanas baila con su hijo y los fines de semana escucha música y toma unas cervezas con sus amigos.

Ya había escrito Cocaína (2006) y Apuntes sobre la poesía mexicana (2010). En esta ocasión, llegó a la Feria Internacional de Libro de Santiago donde su novela Canción de tumba (Mondadori) se presentó en la mesa “Diálogos Latinoamericanos” y recibió elogios de sus pares chilenos.

Si su prosa fuera tangible, sería un preciso gancho en el rostro, un knock out que despabila al lector. Su voz narrativa intensa dibuja las relaciones familiares y toda destrucción posible. Esta es la historia de su madre, una mujer que trabajó como prostituta desde la infancia de Julián hasta su adolescencia, la que en su adultez padece leucemia y él debe cuidar y hasta darle comida en la boca. Todo en medio de una relación de amor-odio. “Que me dijo si te vas a ir vete grandísimo hijo de puta, tú no eres para mí más que un perro rabioso. Que la odie desde septiembre de 1992 hasta diciembre de 1999”, escribió Herbert a oscuras en las solitarias noches de hospital, donde pese a al sentimiento ambivalente hubo recuerdos de ternura. “Que la he amado siempre con la luz intacta de la mañana en que me enseñó a escribir mi nombre”...

-Sobre buscar un lenguaje desde donde narrar, en este caso el spanglish, los recuerdos y citas, sobre esa mixtura dijiste: “Ya no somos escritores, somos Djs”.

-El escritor mexicano promedio viene de la clase media. Tampoco quiero que suene como una simplificación, hay de todo, pero la fuerza verbal se construye en este estrato. Digamos que arribé a la clase media, pero también tengo esa raíz en mi otra relación con lo pop, con los bajos fondos y la vida entre lo rural y lo urbano que es mi origen y me es muy natural. Por ejemplo, la última novela de Yuri Herrera es un ejemplo de cómo un libro puede ser urbano y rural al mismo tiempo, y eso para mí es la invención de un lenguaje para usarlo en un libro, pero también para habitar un momento.

-Dijiste que esta novela te acompañó toda la vida, ¿cómo fue terminarla tras la muerte de tu madre?

-Lo hice de una manera pragmática. El principio de esta novela fue escribir en la habitación del hospital universitario mientras mi mamá estaba enferma. Entonces, más que encontrar la energía encontré la oportunidad para escribirla, era una historia que estaba ahí, que ni si quiera me había planteado si era una buena historia. No quería voltear a ver lo que me resultaba muy doloroso en muchos sentidos, más que vergonzoso. Pero cuando empecé a escribir me di cuenta que estaba pasando lo que pasa con la literatura: le da pertinencia a lo que toca. Cuando afrontas algo a través de la literatura se convierte en algo mucho más consistente, mucho más humano.

-La música cruza tu vida y tienes una banda de rock llamada “Madrastras”. ¿Cómo aparece lo melómano en la creación?
-Hay una frase en el libro que es verdad para mí: “Mi madre no es mi madre, mi madre es la música”. La relación que tengo con la música es casi indecible de lo feliz que me hace. Desconfío de la idea de lo sublime, porque estas generaciones posmodernas somos huérfanos de lo sublime. Si la alcanzo de reojo es a través de ella. Con mi banda y mi proceso de trabajo, me considero un músico más bien mediocre, pero consumo música de forma omnívora. Me gusta el jazz, el rock y la música norteña. Por ejemplo, mi hijo de tres años escucha Moby y empieza a contar una historia de dinosaurios o de súper héroes, le pone soundtrack a sus historias. Eso es lo que quiero alcanzar.

Lloverán cabezas sobre México
El escritor utiliza el concepto de “Suave Patria” para definir con ironía los problemas que aquejan su país citando a Ramón López Velarde con uno de los poemas fundacionales de su historia. “Es un poema optimista que ve al país como una muchacha. La idea era muy linda, la de despojar a la patria de esa aura gloriosa del siglo XIX y presentarla como una doncella virgen. Después la metáfora se vuelve brutal porque México se convirtió en una puta vieja, como mi mamá”, explica Herbert. Acto seguido confiesa que en la novela los temas de la violencia y los crímenes son subsidiarios, no centrales, no porque no lo crea, sino porque aún no lo asimila. “En este momento nada más me aterroriza, me indigna y otras veces me deprime”.

-En México y entre los jóvenes eres conocido por tu poesía. ¿Cuánto te ayudó para acercarte al estilo con el que escribiste tu novela?

-Para mí una diferencia obvia entre la prosa y el verso es que el encabalgamientos mucho más fuerte en la poesía. Escribo pensando en la poesía, en su ritmo, en la música y no conozco un escritor que me guste mucho que de algún modo que no haya manifestado que son lectores de poesía. Santiago Gamboa –que es un tipo muy brillante–, dice que a veces el problema con los poetas es que no son capaces de escribir una frase simple porque les parece muy banal, entonces la cargan demasiado. Muchos, no todos los poetas, tienen ese defecto. Para mí el verdadero acercamiento a la novela desde la poesía es abrazar la impureza del lenguaje

-En el libro no haces un análisis social de la violencia en México, pero tocas el tema de manera personal. Cuentas que tienes pesadillas con cuerpos cercenados y citas la frase de Juan Carlos Bautista: “Lloverán cabezas sobre México”.

-No puedes vivir en esa tensión permanentemente porque te quebrarías y te volverías loco. Lo pongo así, por ejemplo: hace dos años y sobre todo el último ha sido tremendo. Cuando pasa lo de los primeros muertos que se mencionan en la novela pensé que era terrible, lo peor que pudo haber pasado. Después de seis meses, como todos los días hay balaceras en la calles, lo que hacemos con mi mujer es revisar Twitter para saber por qué ruta debemos llevar a nuestro hijo a la escuela, nos informamos dónde están las balaceras como otros lo hacen para revisar el estado del tráfico. Lo que quiero decir: lo tremendo de todo esto es que los seres humanos acabamos habituándonos al horror.

-El escritor Carlos Fuentes dijo una vez que los narradores jóvenes eran más libres porque ya no tenían la obligación de darle voz a los sin voz. ¿Qué opinas?

-No sé si más libres, no sé si se puede ser libre en una sociedad teatralizada, ciega por el consumo, superpoblada, descreída y tan cínica. Asumo mi cuota de cinismo con la que vivo, pero la literatura mexicana se ha vuelto básicamente cínica con lo que está pasando en el país y eso pasa con muchos escritores. No voy a dar nombres...


(Cuando leíste "Canción de tumba", dijiste: "ay, no es la gran chingadera". Y es que José Revueltas escribió una historia de un hijo de puta. Fernando de Rojas escribió "La Celestina", Jesús González Dávila escribió la historia del niño Rufino que busca al padre que no conoce: y cuando lo conoce el papá es un travesti lumpen; y así sucesivamente. Quizá la fuerza de la novela de Julián Herbert radique en el lenguje poético de ciertos pasajes: aquellos en que el hijo se hinca ante la madre, en la atracción sexual de un incesto que nunca se consuma, a diferencia de la tragedia de Sófocles. Entrevista de Carolina Rojas N., calcada del sitio "revistañ", Clarín.) 

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