miércoles, 31 de octubre de 2012

Sandy y los indocumentados en NY

Es una lástima que a los huracanes les pongan el nombre de antemano según van saliendo de la factoría, porque a Sandy, por muy imponente que sea, no hay manera de tomarlo en serio. Lo mismo pensó Ricky Gervais, que se preguntaba si esa tal Sandy que estaba a todas horas en la televisión, cepillándose la costa este de los Estados Unidos, era una de las hermanas Kardashian. A mí Sandy me sonaba más bien a anuncio de Cruzcampo, una publicidad impagable, aunque después de ver cómo ha quedado New Jersey quizá se les haya ido un poco la mano con los efectos especiales.
Lo siento, me es difícil tomarme en serio este tráiler del apocalipsis maya con toda su fastuosa cobertura mediática cuando, daños materiales aparte, no ha dejado a su paso más que treinta y tantos muertos. A Nueva York lo hemos visto hecho pedazos tantas veces (bajo las patas de un dragón japonés, frito por los marcianos, sumergido por un tsunami, apedreado por meteoritos) que la triste realidad nos sabe a poco. Sandy no da ni para el aperitivo de Godzilla.
Incluso lo hemos visto hecho pedazos de verdad, con dos aviones empotrados en dos rascacielos heridos de muerte, una versión tecnológica del fin del mundo cuya mejor definición se cifró en una frase del gran Matías Vallés, obscena y contundente como una blasfemia: King Kong es Alá. Para que luego digan que una imagen vale más que mil palabras.
De manera que Sandy no me impresiona lo más mínimo; primero, porque me encuentro a unos cuantos miles de kilómetros de Manhattan, más o menos a la misma distancia de Haití, por donde también cruzó Sandy con todo su cortejo de destrucción sin que moviera ni un pequeño titular, ni un suspiro en los telediarios. Segundo, porque la semana pasada una simple patera que llegó a la costa de Granada había causado más víctimas mortales que todo un señor huracán con nombre de niña tonta. Por una vez vamos a darle la razón a Wert y citemos al torero: más cornás da el hambre.
No gastemos más palabras subrayando lo obvio: que los muertos en patera no merecían más que un suelto a pie de página en los diarios españoles y ni una miserable coma en las noticias de internacional del New York Times. Nadie publicó sus nombres. Eran negros, eran pobres, eran de ningún sitio. No tenían detrás el glamour de la ciudad de los rascacielos, ni los envolvía el prestigio de las catástrofes de Hollywood. No los empujaba ningún huracán con coleta sino ese pertinaz sirimiri africano llamado miseria.


(Cuando cayeron las Torres Gemelas supiste que tienes un pariente que vive allá, que entre los muertos habían encontrado muchos indocumentados mexicanos que ya habían sido pasto de sus notas lihgt Marisa Céspedes para Televisa; que viven de vender tamales, burritos, buñuelos, pambazos, flores de cempasúchil, que duermen en los andenes del metro, que se refugian en noches de nieve en las jaulas de los cajeros automáticos y que son vigilados toda la noche por cámaras de video instaladas exprofeso, que no pueden refugiarse en las iglesias y catedrales porque éstas permanecen cerradas desde temprano para evitar malas compañías de migrantes; que desde siempre Joe Arpaio los aborrece, los persigue, los caza y los humilla cuando son pescados en sus dominios; que también los han encarnado Ana de la Reguera, Salma Hayek y Antonio Bnderas y J. Lo para más señas; que muchos son tus paisanos y que antes de viajar en La Bestia ya llevaban su acta de nacimiento donde constan sus nombres: Irving, Ian, Margharet, Rose, Inés y Concha. Pero ni así evitaron ser víctimas de deportación por parte de Sandy, la Boder Patrol y tanto cabrón mexicano que vive allá y trabaja ahora en la ICE. Ni modo. Nota de David Torres, "Nueva York en patera" clonada del sitio Público.)

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