viernes, 19 de octubre de 2012

La vida de matinée sin Sylvia

“Lo verde empieza en los Pirineos”, en la estela de Alfredo Landa, protagonista del film del mismo título, caravanas de españolitos salidos entraban en Francia cada fin de semana para ocupar los cines de Biarritz y Perpiñán ávidos de carne femenina en dosis no permitidas por la pacata y pudibunda censura nacional, católica y franquista. En 1974 muchos productores españoles rodaban películas en doble versión, la primera para el consumo interno, en la segunda, destinada al mercado internacional, las actrices españolas pasaban continuamente de la ducha a la cama y exhibían sus velados encantos, especialmente apreciados por sus compatriotas en sus visitas al extranjero. El escándalo estalló, contaban, en Santiago de Compostela, capital de la catolicidad, cuando un exhibidor se confundió de copia y proyectó la versión destinada a la exportación. En 1974, Sylvia Kristel, protagonista de “Emmanuelle” se convertía en el icono erótico internacional, la respuesta europea, envuelta con papel de regalo, al porno en crudo y sin coartadas de la industria norteamericana. Ante las pronunciadas curvas y las explosivas perfomances de las porno stars del otro lado del Atlántico, Sylvia Kristel ofrecía una visión más refinada, un aire ingenuo, unas proporciones menos contundentes. El film tenía además un argumento reconocible y mostraba unas imágenes más cuidadas y exóticas, entre el folleto turístico y el catálogo de lencería, entre el chic y el kitsch..
El eterno debate sobre los márgenes entre el erotismo y la pornografía se agitaba en un país, España, en el que unos años antes, “Helga”, una película didáctica alemana sobre partos había batido records de asistencia en un cine de “arte y ensayo” dela GranVíamadrileña por sus explícitas escenas ginecológicas. La obstetricia ¿era erótica o pornográfica?. Las puertas a los verdes campos que empezaban al otro lado de los Pirineos estaban a punto de caer con estrépito dando origen al desmadre consentido del “destape”, malamente acotado por la necesidad de que los desnudos se ajustaran a las necesidades del guión. Haciendo de la necesidad virtud muchos guionistas españoles escribían guiones que se ajustaban a los desnudos que exigían los productores volcados en películas “S”, inédita y efímera clasificación que marcaba una sutil diferencia entre el erotismo y la pornografía, cajón de sastre en el se vieron confinadas jóvenes artistas nacionales o de importación. Durante muchos años la censura obligaba a que las actrices que por necesidades del guión hubieran de mostrar comportamientos impropios como el adulterio y vestimentas sucintas fueran extranjeras. Un chiste español, españolísimo, de los años cincuenta decía que las hormigas insaciables de “Cuando rugela Marabunta”, film catastrofista, eran mujeres desnudas en la versión original.
Pasó la marea del destape, Susana Estrada, icono casero del subgénero enseñó sus pechos a Tierno Galván en un acto público, la foto publicada en casi todos los medios de comunicación supuso el canto del cisne del destapismo en los inicios de la movida. En uno de los escasísimos cines X que subsisten en Madrid, un cartel, tan cutre como el establecimiento indica que la sala solo exhibe películas de sexo explícito o que hacen apología de la violencia, pero el reclamo ya no surte efecto, los huidizos y escasos espectadores que pasan por sus destartaladas puertas desde la mañana van al cine a cualquier cosa menos a ver películas. A través de la red, o en el horario nocturno de algunos canales de televisión, la pornografía está al alcance de todos y ha perdido su aura clandestina. Sylvia Kristel, belleza triste, rubia mariposa holandesa, quedó atrapada para siempre, clavada con alfiler de oro en la vitrina. Ni “Emannuelle 2”, “Adiós Emmanuelle” o “Emmanuelle 4” hicieron nada para liberarla de su encierro. Los moralistas de siempre le han puesto con su muerte reciente, a los sesenta años, moraleja y epitafio. Las chicas malas acaban así. El tabaco, las drogas, el alcohol, la promiscuidad y las malas compañías destruyeron a la ninfa del sillón de mimbre, mueble al que dio categoría de fetiche. Una historia paralela a la de la infeliz María Schneider que adquirió calidad de icono del sexo tras ser sodomizada a la mantequilla por un decrépito Marlon Brando en un film de Bertolucci, en este caso ni tan buenas compañías pudieron hacer nada para salvarla.


(¿Qué hacías cuando pasabas frente a una sala de cine, en Torreón, en que se exhibía la primera película de Sylvia Kristel?, seguramente te seguías de largo por que no tenías la cartilla militar que te acreditaba como autorizado para verla, olerla, intuirla. Quizá te consolabas escuchando los primeros acordes del extended play de Los Beatles en el Parque Morelos de Gómez Palacio, en cuya plaza había una rockola, veintera o tragaperras que era un consuelo. Artículo de Moncho Alpuente, "Adiós, Emmanuelle, adiós." en Público online.)

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