sábado, 13 de octubre de 2012

El cielo de todos tan temido


Barranquilla es una pequeña ciudad al norte de Colombia. Un florido laboratorio infernal que ha producido “monstruos bien criados” como Shakira o Sofía Vergara. Fue por estos lados del país por donde entró la modernidad a la nación, debido a la cercanía de Puerto Colombia, lugar donde desembarcaban grandes transatlánticos y buques de carga que traían noticias del mundo moderno. Pero de eso hace mucho tiempo y la que se conoce aún como la puerta de oro de Colombia sigue siendo, a pesar de todo, el esplendoroso pasado, un pueblo chico con monseñor y catedral primada. Por un lado está la elite barranquillera, inmigrantes italianos, judíos, que prestan a sus primogénitas de vez en cuando como reinas de los “Carnavales de Curramba”, como para que los de abajo no digan que no comparten con ellos sus joyas más preciadas. Por el otro lado, el pueblo, el vulgo, hambriento de fútbol y de necesidades, protagonistas a diario en los tabloides más sangrientos de la ciudad. Y en medio de este minado paisaje emerge la comunidad lgbti barranquillera, que hasta hace pocos años poco opinaba y se limitaba a aparecer en las crónicas judiciales poniendo su parte de muertos que nadie reclamaba.
Pero las cosas han cambiado notablemente. Ahora la comunidad tiene voz y voto, aparece en prensa y televisión, denuncia cuanto atropello se produce contra cualquiera de sus miembros y firma pactos de convivencia con la policía. También se abren día a día espacios de encuentro gays, campañas de prevención del sida y otras enfermedades de trasmisión sexual. Proliferan saunas, videobares y discotecas cuyos rimbombantes nombres invitan a los gays de hoy a la sofisticación, como si en verdad estuvieran en el extinto Studio 54 y Steve Rubell aguardara en la puerta el arribo de Cher, Dalí, Truman Capote o Lady Godiva, aunque extrañamente no se vea por ninguno de estos bares a los representantes de la alta sociedad, pero sí a un buen número de emuladores, niños de clase media y media alta que miran de reojo al que dejan plantado en la puerta de la disco porque “se reservan el derecho de admisión”. “Viste qué ropa tan fea llevaba puesta”, murmuran las imberbes ninfas, y rematan su comentario con: “Es que hay mucha cuncia* en esta ciudad, que se vayan a las discos del sur”. A pesar de estos despiadados prejuicios, justo en el norte de Barranquilla emerge uno de los bares gay que ha acogido sin reservas a todo tipo de homosexuales en esta ciudad: desde clásicas travestis que clausuraron con bombos y platillos sus shows de doblete, pasando por clásicos universitarios, actores de teatro, activistas y todo aquel que quiera entrar a sus interiores, porque las puertas del cielo estarán abiertas para todo el que desee entrar.
Sky se llama el lugar. Más que una discoteca, es un centro de la cultura pop donde se encuentran el show travesti, íntimos conciertos de cantantes nacionales e internacionales, teatro, performance y la infaltable rumba que hace delirar a los gays hasta agotar la última gota del vaso. Durante los últimos años Hemel Noreña, el propietario de Sky, ha sido víctima de una implacable persecución por parte de homófobos que ven en su local un centro de perdición. La zona donde la discoteca está ubicada es netamente comercial, así que no altera en nada el orden del sector, ya que no interfiere en ningún lugar residencial. Hasta el momento Hemel ha librado varias batallas para que las puertas del cielo no sean cerradas definitivamente. El es como un padre para un grueso número de miembros lgbti barranquillero, al punto de que en las redes sociales el apellido de más de una transgénero es Noreña, en agradecimiento a su propietario por permitirles el acceso a sus instalaciones.

“Gente nada que ver”

Este es un término muy de moda entre los chicos gay de esta ciudad. Cuando lo dicen, tuercen la boca como si pasara por sus paladares una desagradable cuchara de emulsión de bacalao. A las afueras del Portal del Prado, un famoso centro comercial, epicentro de encuentros homosexuales, me he tomado la molestia de reunirme con varios muchachos que no superan los 22 años y preguntarles qué les atrae a la hora de ir a un bar lgbti.

Francis: “A mí me gusta Sky por la música y por el ambiente. Además es muy tranquilo, casi nunca se forman problemas allí dentro.

Jason: Yo prefiero Studio 54, es que a Sky va mucha travesti, o sea, gente nada que ver.
Mirando con detalle a Jason, veo que tiene una gruesa capa de polvo compacto en su cara, lleva unos lentes de contacto azules, que en su piel tostada le dan un cierto aspecto anfibio, viste un pantalón y una camisa tan ajustados como un guante de goma.

¿Qué pasa con los travestis, Jason, por qué no los toleras?–Es que me dan miedo –responde el muchacho y de inmediato saca un brillo de labios que pasa por su boca.
Resulta lamentable que esta nueva generación vea con recelo a la población transgénero, si fueron ellxs lxs primeros en poner la cara en una sociedad machista como la nuestra, si gracias a ellxs, a sus tradicionales y constantes apariciones en cada carnaval, han logrado que la gente se acostumbre a su presencia, y que hoy no se mire con asco o desagrado a la new generation, con sus nuevos looks andróginos, o las poses amaneradas que hacen raro contraste con sus fisonomías de cuerpos trabajados en el gimnasio o los anabólicos.
Por su parte, Fabián, un muchachito de escasos 18 años, argumenta que a la hora de elegir un sitio donde rumbear prefiere aquellos donde haya gente joven, ya que algunos sitios de ambiente de Barranquilla, en su opinión, son visitados por puros viejos.

¿Qué es ser viejo para ti, Fabián?–Pues alguien así como usted –responde el chico con algo de saña.

Yo tengo 34 años.–Por eso mismo, cuando se es gay, después de los 30, estás literalmente muerto.
Así las cosas, prefiero dejar a los chicos en el portal, me alejo con prudencia y a cierta distancia volteo para mirarlos por última vez. Parecen french puddles de diversos colores olfateándose el trasero los unos a los otros.

Nos vemos en el cielo

Barranquilla cuenta en la actualidad con alrededor de menos de 10 bares en su totalidad. La mayoría de ellos, principalmente los del norte, manejan políticas de exclusión a la hora de dejar entrar a sus clientes. Afortunadamente en Sky no es así, y cada fin de semana abre sus puertas para que ángeles y demonios celebren por la diversidad el poder estar otro día sobre este mundo. Porque para mucha gente gay la discoteca es su paraíso y su infierno, y ya rayando la mañana salen de vuelta a sus vidas, a sus pesares, pero con la esperanza de mirar hacia arriba y saber que por lo menos hay alguien que nunca les negará el azul del cielo.

* Cuncia: gay de bajo estrato.


(texto de John Better, "Pista de sky", tomado del sitio "soy", Clarín, Buenos Aires.)

1 comentario:

  1. "Gente nada que ver" hay en el D.F. en las discotecas hetero, de a montón, todas las curras de Polanco o de las Lomas o del Pedregal y demás. Cuncias y raras, ricas y pobretonas, mayates y trans, popis y pobres son una cofradía entre gays en bares de Netzahualcoyotl o la Col. Moctezuma, o en el Vaquero de Zacatecas.

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