martes, 11 de septiembre de 2012

Todos contra Bryce

No sólo no carece de méritos literarios el narrador peruano Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939) sino que, hablando estrictamente de cuestiones estéticas, resulta bastante comprensible que le fuera concedido el premio FIL de Literatura 2012. Un mundo para Julius es una gran novela de infancia, casi tanto como La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, lo es de adolescencia. Los volúmenes de cuentos de La felicidad jaja y Huerto cerrado están llenos de admirables ejercicios de ficción. Novelas como La vida exagerada de Martín Romaña (y su secuela, El hombre que hablaba de Octava de Cádiz) o la menos citada pero entrañable Tantas veces Pedro deberían entrar, por derecho propio, en los listados de obras indiscutibles del siglo XX latinoamericano. Sin ser quizá tan relevantes como éstos, trabajos posteriores de Bryce como sus “antimemorias”, contenidas en Permiso de vivir y Permiso de sentir, son libros por demás agradables, que revelan a un autor con oficio, talento y humor.

No: el repudio (manifestado por cierto sector de la prensa y por algunos personajes del “medio literario” que frecuentan las redes sociales), hacia el ganador del premio anunciado el lunes pasado no tiene que ver con su estilo, sus métodos de adjetivación, su concepción del lenguaje o sus estrategias narrativas. El motivo es más terrenal y nada agradable: el escritor fue exhibido en 2007 por el plagio de más de quince artículos periodísticos (cuyas pruebas son bastante claras, digan lo que digan los abogados del acusado y pueden consultarse en red: http://www.elmundo.es/suplementos/cronica/2007/603/1179612005.html).

Los latinoamericanos solemos darnos por robados y culpamos de ello a las autoridades competentes y a los poderosos (a veces con nombre y apellido y en otras de forma nebulosa) por el sencillo motivo de que nuestros países nacieron, se forjaron y florecen hoy día al calor de una serie interminable de estafas, injusticias y hurtos cínicos. Y esto no ha sucedido solamente en la arena de la “gran” política sino, con irritante regularidad, en terrenos que podrían aspirar a ser menos turbios, como las artes (literatura incluida) y hasta el futbol.

Por ello, crispa a muchos que un escritor tan celebrado como Bryce haya copiado, por el motivo que fuera, los párrafos de autores mucho menos conocidos (algunos, ay, lectores y allegados suyos) y cobrado por ello cantidades nada despreciables. Al ser descubierto, por si fuera poco, él y su entorno dieron una serie de argumentos delirantes en su defensa (que involucraban a su secretaria y hasta a misteriosos hackers), que hacen parecer sensatos y verosímiles a los de nuestro compatriota Sealtiel Alatriste cuando pasó por un trance similar.

Total: sus viejos (y algunos de los nuevos) libros siguen igual de disfrutables. Pero muchos no aplaudiremos cuando le pongan en las manos el premio durante la próxima FIL.


(nota del escritor Antonio Ortuño reproducida de El Informador, vía "revistareplicante" en línea.)

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