domingo, 5 de agosto de 2012

Para todo mal, mezcal, Chavela


Con esa voz áspera no tuvo más remedio que limar la realidad. Chavela Vargas convirtió cada canción en una vivencia, sin importar que los temas que la hicieron estrella fueran creaciones masculinas. Lo dijo el español Joaquín Sabina, su gran amigo o ‘Cuatacho’, cuando afirmó que el artista con el que más se identificaba era con la cantante de 93 años. Con ella tenía en común la pasión por la música, la garganta permanentemente carrasposa, la devoción por las bebidas alcohólicas y, sobre todo, el gusto por las damas.

A México llegó con música. Tal vez fue esa la única pertenencia que se trajo de su natal Costa Rica (17 de abril de 1919, San Joaquín de Flores) de donde emigró antes de cumplir 17 años. Guiada por su espíritu rebelde, buscó corregir esa equivocación de la vida, que la hizo ver la luz en el lugar equivocado. Chavela Vargas (Isabel Vargas Lizcano) se esforzó cada día para hacer evidente algo que ningún latino puso en duda. Ella siempre fue un retrato nítido del espíritu mexicano.
La naturaleza, las amarguras que asumió como propias y se las enrostró al mundo, el trago y el humo la hicieron especial dentro del espectro de las demás cantantes que comenzaron a figurar en escenarios distintos al de la ranchera y el corrido durante las décadas del 30 y 40. Chavela Vargas no podía tener una voz suave, melódica y dulzona. Su música, su entraña y su vida no se lo hubieran permitido, y tal vez las gafas oscuras y el largo poncho rojo tendrían menos de la mitad de las presentaciones que alcanzaron a cosechar.
Su relación con el licor y el tabaco fue menos duradera de lo que su público llegó a sospechar. En los años noventa, cuando vio disminuidas algunas de sus capacidades para sostener esas notas eternas que la hicieron tan célebre, Chavela Vargas le dijo a una de sus asistentes que le sirviera la última copa porque no quería emitir sus acostumbradas bocanadas de humo sin ese sabor tan especial del alcohol en la lengua. La mujer, algo incrédula eso sí, le trajo el cristal y se quedó esperando a que le ordenara la segunda, la tercera, las demás. Nunca sucedió. Ella cumplió su palabra y por más guiños que le hicieron en conciertos y festivales, se negó a aceptar la siguiente.
Su asistencia a la cantina disminuyó, lo que provocó una reducción en su interés por la conquista. Las mujeres, entre ellas Frida Kahlo, dejaron de motivar sus días y se concentró en cantarles sin segundas intenciones. ‘La llorona’, ‘Luz de luna, ‘Macorina’, ‘El andariego’, ‘El último trago’, ‘Tú me acostumbraste’ y ‘Que te vaya bonito’ fueron algunos de los temas que la acompañaron hasta el fin. Con ellos se sintió sola, pero también se sintió libre. Chavela Vargas estaba orgullosa de saber que podía rechazar ofertas millonarias para presentarse gratis en un lugar en el que se sentía mejor arropada.
Así era, y sus amigos lo sabían. El escritor mexicano Carlos Monsiváis la definió alguna vez como ‘la mujer que extraía de las canciones fervores y rencores’. Pedro Almodóvar la llevó al cine y durante una de las crisis de salud en Madrid se mantuvo a su lado todo el tiempo, mientras que Joaquín Sabina le mandó besos musicales como: ‘las amarguras no son amargas cuando las canta Chavela Vargas’ y ‘¡Quien supiera reír como llora Chavela!’. La mexicana ya no está. No murió porque como también era ‘chamana’ lo que hizo fue transcender. Ya lo hizo y como quería después de estar recluida en un hospital de Cuernavaca desde el 31 de julio a causa de una bronconeumonía. Se fue con tranquilidad y sin aparatos para alargar sus horas en el terreno de los vivos. Dejó atrás 93 años bien bebidos, bien fumados, bien amados y bien cantados.



(nota de Juan Carlos Piedrahíta pirateada de El Espectador online.)

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