martes, 24 de julio de 2012

Elis Regina, post mortem

En el repertorio elegido por Elis Regina durante la última etapa de su carrera no abundan las canciones de amor. Los años que van desde mediados de los 70 hasta su muerte, ocurrida en enero de 1982, marcan una nueva colocación en el oficio de cantora: más arriesgado, que abomina de las composiciones que huelan demasiado a clásicos, si se quiere más intensamente sexual. Son los tiempos en que un cronista brasileño arriesgó la idea de que Elis había cambiado a partir de descubrir un uso sensual del micrófono. Un período que coincide con lo que podría haber sido su proyección internacional, luego de su disco con el armoniquista belga Toots Thielemans ( Aquarela do Brasil , 1969) y tras su registro junto a Antonio Carlos Jobim ( Elis & Tom , 1974) compositor de grandes temas.
Una de las reediciones lanzadas por Warner por el aniversario de su desaparición incluye un recital registrado en 1979 en Montreux –festival que allá a fines de los 70 y comienzos de los 80 reunía al jazz con todas aquellas músicas que no se sabe en qué batea de la disquería ubicar– en el cual se escuchan tres magníficos duetos con el multiinstrumentista Hermeto Pascoal, un monumento a la ironía de la que son víctimas un par de esos clásicos insoslayables de la bossa nova : “Garota de Ipanema” y “Corcovado”.
Fue tanta la demanda para aquellos shows , que hubo que agregar una nueva presentación. Algunos temas se repitieron, otros fueron variados. Elis bajó del escenario poco conforme con sus dos recitales, dispuesta a suspender el proyecto que ese material formara parte de un disco en vivo. De ese primer rechazo, que se fue atemperando con la sucesiva escucha de las grabaciones, surgió un compacto que ahora se reedita, bajo el título Um dia y que incluye todo, o casi todo lo cantado durante el día y la noche. Ahora son dos cd. Y es posible descubrir que el proceso de selección implica la eliminación de aquellas canciones que implican formas más o menos enfáticas de sentimentalismo, como la un tanto melosa “Amor até o fim”, de Gilberto Gil (de quien sí interpreta la mística “Rebento”) o “Triste” de Jobim. La selección no parece haber sido sólo por mayores o menores aciertos en la programación.
Otra de las grabaciones rescatadas es Saudade do Brasil , el show dado por Elis en la mítica casa de espectáculos Canecão de Rio de Janeiro, un año después de Montreux. Lo que queda claro en las veinte canciones elegidas es que arman una especie de rara historia. Regina parece haber descubierto una nueva posibilidad de la canción: dar cuenta de una realidad, hostil, compleja, por momentos desalentadora, a la que enfrenta con una serie de entonaciones tan variadas que terminan por sellar su destino de enorme cantora –como se nombra a su oficio en Brasil. Y que, casualmente o no tanto, es el título del último disco de Mercedes Sosa, quien tuvo también esa apertura de Elis a lo nuevo y a dejarse infiltrar por la juventud ajena para encontrar la propia.
A esos dos discos habría que agregar en la serie rescatada por Warner Essa mulher y Elis –su último álbum en estudio– que reúne temas de nuevos compositores: aparecen allí algunas canciones que se quedarán con ella hasta su muerte, pero que no necesariamente entran en la categoría de hits .
Saudade do Brasil cuenta una historia, ya no se pueden hilar los temas únicamente a partir de la melodía, sino como construcción de una paleta de estados de ánimo ante un mundo que resulta cada vez más inhóspito. Los refugios posibles pertenecen irremediablemente al pasado, como en la nostálgica “Conversando no bar”, de Milton Nascimento, o la tradicional y muy alegre “Marambaia”. Hay lugar para otras sensaciones, la de empezar a conocer nuevas formas del miedo. Lo cual, obviamente aterra pero también abre posibilidades inesperadas. La doble ironía de “Alô, Alô, Marciano”, de Rita Lee y Roberto de Carvalho, o “O primeiro jornal”, trata de la construcción de refugios, de la intimidad como espacio de abroquelamiento, pero que es inevitablemente precario. El afuera empieza a aparecer y lo hace de manera brutal, pero a veces también de forma desolada. A la primera corresponde el distante desencanto con que cuenta un ajuste de cuentas en “Onze fitas”, de Fátima Guedes, la tristeza esperanzada se escucha en las estrofas de la bellísima “Aos nossos filhos”, de Ivan Lins. Allí se cuentan todas las falencias que admite tener un padre –que son suyas y también de su época–, pero que apuesta a que, finalmente, el amor por sus hijos termine por redimirlo. Esa canción hará luego támdem con “Como nossos pais”, de Belchior, donde se admite que, a pesar de todo lo hecho, no hay tanta diferencia con los propios padres. Un doble gesto de comprensión, hacia uno mismo y hacia aquellos que la historia parecía, allá por los 60 cuando empieza Elis su carrera, el símbolo de lo que debía quedar atrás para siempre.
Este material, que marca un nuevo rumbo en su forma de cantar –la melancolía es casi inexistente y pierde la batalla contra la bronca, la risa, el entusiasmo– no estaba muy difundido entre nosotros. Hoy hay una nueva posibilidad de recuperar un estilo y una voz que a fuerza de querer cantar su entorno supo dejar atrás todas las fronteras.


(Si hay alguien que te remite a Elis Regina es el recuerdo de tu amigo Ricardo González, originario de Monterrey y que un buen día te acercó a ella y otras luminarias brasileiras como el poeta Chico Buarque. Pero como Elis un día Ricardo nos dejó de la mano de la orfandad, aquejado, cómo no, por el VIH-Sida. Nota deslumbrante de Marcos Mayer, "Carcajada final" en "letra eñe", Clarín.)

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