Fragmento epistolar,
al muchacho Codignola
Estimado muchacho, sí, es cierto, nos encontramos,
pero no esperes nada de este encuentro.
Es sólo una nueva desilusión, un nuevo
vacío: que hace bien
a la dignidad narcisista, como un dolor.
A los 40 años yo soy como de 17.
Frustrado, el cuarentón y el de 17
pueden, es cierto, encontrarse, tartamudeando
ideas convergentes, sobre problemas
entre los que se abren dos décadas, una vida entera,
y que al parecer son los mismos.
Hasta que una palabra, salida de una garganta incierta,
seca de llorar y de deseo de estar sola,
revela la incurable disparidad.
Y, juntos, también tendré que ser el poeta
el padre, y entonces me replegaré en la ironía
-que te avergonzará: siendo el cuarentón
más feliz y más joven que el de 17,
él, ahora amo de la vida.
Además de esta apariencia, este pretiempo,
no tengo nada que decirte.
Soy tacaño, lo poco que poseo
lo sostengo apretado al corazón diabólico.
Y las dos palmas de piel entre pómulo y barbilla,
bajo la boca torcida a furia de sonrisas,
de timidez y el ojo que ha perdido
su dulzura, como un higo ácido
te parecerá el retrato
de esa madurez que te hiere,
madurez no fraterna. ¿De qué puede servir
un contemporáneo -absolutamente marchito
en la flacura que la carne devora?
Aquello que es dado se ha dado, el resto
es árida piedad.
(texto tomado de Una extraña alegría de vivir (poetas italianos del siglo XX), sel. y traducción de Marco A. Carrión, Editora del Gobierno del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, México, 2004, col. Poesía.)