viernes, 30 de septiembre de 2011

ORIGEN DE LOS KAIBILES

Distrito Federal— Esta columna se congratula de volver a tener la ilustre compañía de Miguel Ángel Granados Chapa y su ‘Plaza Pública’.

La Guerra Fría. Para nuestra desgracia, resulta que la Guerra Fría sigue teniendo consecuencias en México. Una de ellas es la mentalidad que creo en la derecha –el tema panista de “un peligro para México” para enfrentar a la izquierda en la campaña electoral de 2006, es anticomunismo puro readaptado a la coyuntura– y otra son los kaibiles. Se trata de esos soldados guatemaltecos entrenados para hacer de la guerra irregular y la brutalidad extrema una forma de combatir a la guerrilla de izquierda en los 1970 y 1980 y que hoy, desempleados, están siendo reclutados por los narcotraficantes mexicanos.
Ninguna guerra termina cuando se firma un armisticio o su equivalente; sus efectos perduran. Ese ha sido el caso de la Guerra Fría que se inició antes de que terminara la II Guerra Mundial y que involucró a las dos superpotencias que habían vencido a El Eje: Estados Unidos y la Unión Soviética y a sus respectivas ideologías: capitalismo y socialismo. El choque fue realmente global; ningún rincón del planeta quedó a salvó. En tanto guerra, la fría nunca se libró directamente entre las potencias porque ello hubiera significado su mutua destrucción, el choque fue indirecto y con armas convencionales en ancho mundo periférico: Corea, Vietnam, Cuba, Congo, Angola, Centro América, Afganistán y en numerosos levantamientos, golpes militares e intervenciones encubiertas en política partidaria, movimientos de liberación nacional, sindicales, campesinos, estudiantiles, religiosos y muchas otras actividades.
El movimiento nacionalista de renovación política y transformación social que se inició en Guatemala bajo las presidencias de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, terminó abruptamente en 1954 con la insurrección del coronel derechista Carlos Castillo Armas, auspiciada directamente por Washington y que buscó el retorno al status quo. La reacción a ese violento giro a la derecha desembocó en una prolongada guerra de guerrillas que se agudizó cuando la izquierda urbana pudo finalmente entrar en contacto con comunidades indígenas e incorporarlas a su movimiento.
El kaibil. En 1974, el ejército guatemalteco creó un centro de adiestramiento para fuerzas especiales que al año siguiente fue nombrado Escuela Kaibil, en honor de un guerrero de la etnia Mam que nunca fue capturado por los españoles. En su tesis doctoral “Los pelotones de la muerte. La construcción de los perpetradores del genocidio guatemalteco” (El Colegio de México, 2009), Manolo Vela Castañeda, señala que el objetivo inicial de esa escuela de élite militar era preparar cuadros para incursionar en Belice y enfrentar a los británicos pero muy pronto se convirtió en un instrumento de la Guerra Fría y su objetivo único fue acabar con una insurgencia alentada por el triunfo sandinista en Nicaragua y que ya había arraigado en algunas comunidades mayas.
Si en un principio la Escuela Kaibil se inspiró en las técnicas de La Escuela de las Américas y de las fuerzas especiales norteamericanas (Rangers) y en estructuras similares de Colombia, Perú y Brasil, pronto se hizo genuinamente guatemalteca, aunque su lema lo tomó de un argentino, Pedro Bonifacio Palacios: “si avanzo sígueme, si me detengo aprémiame, si retrocedo mátame”. Sus alumnos fueron soldados regulares a los que se sometió a un entrenamiento brutal en extremo: marchas extenuantes, escasas horas de descanso, clima adverso, períodos prolongados de hambre, control de la fatiga y tolerancia ante el trato degradante y los reveses temporales. Se trataba de un curso más duro que la guerra misma y cuyo objetivo final era contradictorio: el empleo de una violencia extrema para “Preservar la paz de Guatemala”.
A los alumnos kaibiles se les obligaba, por ejemplo, a matar a un perro “a puras mordidas” pero también se les impartía un curso formal de tortura en instalaciones de la propia escuela, donde los torturados eran primero otros alumnos a los cuales sus instructores habían logrado capturar en simulacros de combate. Ahí se les crucificaba o se les torturaba con choques eléctricos. Además, había un centro de tortura auténtico, donde realmente a los prisioneros se les arrancaban las uñas, se les inyectaba formol en las venas, se les colgaban de los testículos, se les mutilaba y “se mataba despacio”. Finalmente, claro, la instalación contaba con un cementerio.
Los kaibiles eran la élite del ejército guatemalteco, no eran muchos y no siempre actuaron como unidad sino que en algunos períodos se les dispersó entre las diferentes unidades y entonces tuvo lugar lo que Vela Castañeda llama “la kaibilización” de toda la institución, su especialización en guerra irregular. La guerra contra insurgente se descentralizó y se llevó a cabo “a la manera kaibil”, una lucha de contraguerrilla y donde la tortura era la norma y donde masacrar a toda una comunidad sospechosa de colaborar con los insurgentes –hombres, mujeres y niños– no resultaba algo fuera de esa norma.
La guerrilla no fue eliminada y cuando la Guerra Fría estaba por concluir, en 1987, se iniciaron las negociaciones entre el gobierno de Guatemala y los insurgentes, pero sólo hasta diciembre de 1996, tras 36 años de conflicto armado, se pudo firmar el “Acuerdo de Paz Firme y Duradera” entre el gobierno y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca. Una consecuencia de dicho acuerdo fue la reducción de los efectivos del ejército guatemalteco de 50 mil a 17 mil en 2004. Esa desmovilización de un ejército ya kaibilizado tuvo lugar justo al sur de México y precisamente cuando en nuestro país la fuerza del narcotráfico iba en ascenso al punto de poder dotarse de sus propias fuerzas irregulares. Y aquí hay una ironía: Guatemala terminaba una guerra interna pero México se adentraba en otra; la primera había sido básicamente política pero la segunda era sólo económica: la lucha por y contra un narcotráfico calculado en 30 mil millones de dólares anuales. Los kaibiles podían pasar de la una a la otra.
Zetas y kaibiles. El Ejército mexicano también ha contado con sus propias fuerzas especiales. Hasta 2004, estas fueron los GAFE o Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (“ni la muerte nos detiene”). Los GAFE, como los kaibiles originales, también se entrenaron en Estados Unidos aunque además tuvieron influencia israelí, y su entrenamiento tampoco desdeñó la tortura (Ioan Grillo, El Narco, Bloomsbury Press, 2011, pp. 96-97). Sin embargo, en la guerra económica y no ideológica de México, el narco siempre ha usado más del dinero y de la corrupción que de las armas como forma de enfrentar a la autoridad. Y fue así que un capo, Osiel Cárdenas, logró que en 1997, 40 miembros de los GAFE, encabezados por el poblano Arturo Guzmán Decena, se alistaran como una milicia del cártel del Golfo y dieran vida a esa “máquina de torturar y matar” que hoy son Los Zetas. Posiblemente en 2010 Los Zetas se independizaron de sus patrones originales y hoy ya son un cártel en sí mismos.
Y es aquí donde entra el remanente de la Guerra Fría. De manera casi inevitable, Los Zetas han reclutado a miembros de su contraparte guatemalteca, a kaibiles. No está claro si se trata de egresados de la Escuela Kaibil o sólo de ex miembros del ejército guatemalteco kaibilizados. Da lo mismo, el caso es que hay ex militares guatemaltecos disponibles para prestar sus servicios a quien se los pague bien. Y si una vez los kaibiles extendieron su forma de vivir y combatir al resto del ejército guatemalteco, no es improbable que hoy kaibilicen a Los Zetas, que son terreno ya fértil para tal proceso. Finalmente, Los Zetas están reclutando no sólo a ex militares sino civiles jóvenes a los cuales entrenan y convierten en réplicas de sí mismos.
Si kaibilizar significa brutalizar al máximo la lucha irregular para crear un mito que, a su vez infunda terror y desmoralización en el adversario, es lógico que los otros cárteles, en particular el de Sinaloa, busquen responder de igual manera. Y lo mismo se puede decir de las fuerzas armadas y de la policía. El resultado de este proceso está ya a la vista: violencia extrema y la creación de un clima generalizado de temor –terror– y brutalización de la vida mexicana.
En suma. Sin la debilidad del Estado mexicano, los kaibiles sólo interesarían como caso de estudio de las aberraciones que produjo la Guerra Fría en América Latina, pero dadas nuestras condiciones, algunos de esos elementos del pasado se mantienen activos, son parte de nuestro presente y amenazan el futuro.


(artículo del investigador Lorenzo Meyer Cosío tomado del Diario de Juárez.)

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