domingo, 17 de julio de 2011

HIGHSMITH EN LA ESCENA DEL CRIMEN

“Los criminales, los psicópatas y los malhechores son trapos viejos, excepto que uno escriba sobre ellos de un modo nuevo.” Palabras de un personaje de Patricia Highsmith y probablemente un mantra de la autora estadounidense.

                                                                                                                               Patricia Highsmith

“El crimen es una extensión de la ira, una extensión al punto de la locura o de la locura momentánea.” Cuando Howard Ingham* se despierta en su habitación de hotel en Túnez se percata de que alguien ha entrado al dormitorio a oscuras, con la intención de robarle. Supone que es el árabe Abdullah, un viejo malviviente al que ya ha sorprendido sustrayendo de su coche estacionado prendas de vestir y otros objetos a plena luz del día, a raíz de un descuido al no subir totalmente el vidrio del auto. Ingham coge lo primero que encuentra a la mano, a tientas, su máquina de escribir, y la arroja con fuerza contra la sombra. La máquina da en el blanco, la frente del ladrón. En la oscuridad sólo escucha un quejido y un cuerpo que se derrumba. Se apresura a cerrar la puerta y a echar el pasador. Recoge luego la máquina del piso. Tiempo después escucha que varios individuos llegan a recoger al ladrón sorprendido y se lo llevan a rastras, pues está de por medio el prestigio del mejor alojamiento de la ciudad, donde se hospedan turistas europeos, estadounidenses y de otras nacionalidades. Escucha también que alguien se ocupa en lavar los restos de sangre del pasillo. Con esta escena veremos el quiebre, el parteaguas de la vida de un escritor que había llegado a Túnez con la intención de elaborar una historia de amor para un guión, trabajo por el que ha recibido un anticipo de mil dólares de su socio en Nueva York, de donde procede y quien, inexplicablemente, dilata su llegada ese verano.
Para Ingham, que pisa por vez primera un paisaje norafricano, la ciudad y sus habitantes se muestran por momentos parte de un panorama hostil, ajeno a su idiosincrasia, con un clima abrasador y progresivo a medida que transcurren los días y las noches, atormentado por el recuerdo de su ex mujer, Lotte, y la cercanía en la memoria de su amiga Ina, que vive en Nueva York y a quien encargó cuidar de su departamento. Como la llegada de su socio no se concreta, Ingham decide iniciar la escritura de una novela, El temblor de la falsificación, que le sirve de catarsis y de tubo de escape en un ambiente a un tiempo hostil y opresivo.

II

“Simpatizo con los criminales y los encuentro interesantísimos, a menos que sean monótona y estúpidamente brutales.”
Como es lógico, y para remontar su soledad, Ingham empieza a hacer amistad primero con un estadounidense que se aloja en un bungalow y luego con un pintor danés, Jensen, homosexual solitario que eventualmente ha tenido contacto con algunos jóvenes árabes, en un país en que es tolerada la homosexualidad. La amistad con uno y otro se ha iniciado en los lugares a donde acuden a comer, a beber o a tomar café para mitigar, así sea momentáneamente, la monotonía y las altas temperaturas de un verano particularmente caluroso. A raíz de este acercamiento, el protagonista encuentra que su connacional graba y transmite programas de radio desde su habitación a una radiodifusora rusa, ocupación por la que recibe un pago simbólico, según le revela, mientras que el pintor ejecuta grandes lienzos con motivos del paisaje y la ciudad en que vive temporalmente con su mascota, un perro callejero al que rescató enfermo y que le sirve de compañía. Con la desaparición de Abdullah su amigo estadounidense empieza a sospechar de Ingham, a quien acosa para obligarlo a que confiese. La maestría de Highsmith hace que, por momentos, el lector se solidarice con el protagonista e inconscientemente le urja a deshacerse del impertinente.

III

“Los criminales, los psicópatas y los malhechores son trapos viejos, excepto que uno escriba sobre ellos de un modo nuevo.”
Para alejarse de la escena del crimen y evitar la autoinculpación, el escritor decide rentar una habitación que está en la planta baja, en donde se hospeda Jensen, quien vive atormentado por el extravío de su mascota y la imposibilidad de localizarlo, pues acaso ya esté muerto por envenenamiento. Mientras avanza la escritura de su novela Ingham recibe, primero, una mala noticia de Ina: su socio se quitó la vida en el departamento del protagonista, donde ocurrían los encuentros sexuales con ella. La buena la recibe días después: Ina, su supuesta prometida, llegará a Túnez. El escritor se encarga de la reservación y de recogerla en el aeropuerto. Ya en la ciudad, ella conoce al estadounidense, con quien pronto hace amistad, y al danés. Por supuesto, ella se entera por su paisano y nuevo amigo de que Ingham habría matado al árabe ladrón, razón suficiente para acosarlo, acorralarlo y obligarlo a que reconozca el homicidio. Como así ocurre luego de que el lector esperase que Ingham liquidase a su interlocutora.

IV.

Según Patricia Highsmith,** ciertos personajes de la novela de suspense cumplen tres propósitos: mensajero de malas noticias o defraudador e instigador de acciones criminales, papeles que cumple Ina: le ha dicho a su amigo que su socio se suicidó en Nueva York; es defraudadora porque se acostaba con el muerto en el departamento de Ingham, y pretende estimular acciones criminales, no confesadas, contra el estadounidense que le ha revelado sus sospechas sobre la muerte de Abdullah. Así como Howard reconoció con su paisano que hirió al árabe con su pesada máquina de escribir, que llevó a reparación el día del accidente —era de madrugada cuando se dejó llevar por la rabia—, admitió ante ella que así había sido. Con todo y la infidencia el escritor jamás le reveló a ella de la actividad clandestina de su paisano, quien utiliza un seudónimo en los programas de radio y para cobrar los cheques remitidos desde Rusia. Más aún: su nobleza se refuerza al mostrarse solidario con el pintor danés, quien finalmente recupera a su mascota —que huyó de sus secuestradores para volver con su amo una madrugada—, con el que comparte gastos; con Ina, que deshace el compromiso de casarse con Howard, y con el estadounidense, al conservar el secreto de su tarea clandestina de informante ruso.

V

Pese a la fama que le valió la publicación (1950) de su primera novela, Extraños en un tren, que el cineasta Alfred Hitchcock adaptó y llevó a la pantalla, que la catapultó internacionalmente como una excelente narradora, en Suspense nos cuenta que jamás dejó de escuchar los consejos de sus editores europeos y estadounidenses acerca del tratamiento de ciertas escenas, el desarrollo de personajes, tramas y situaciones, de tonos y desenlaces. Esto porque ella estaba consciente de que el punto de vista de un editor está respaldado por la opinión de dictaminadores y lectores contratados, a menudo escritores profesionales, por las propias empresas del libro. El lector la ve recibir y llevarse un manuscrito devuelto para releerlo, reelaborarlo, prescindir de personajes circunstanciales o secundarios, modificar o eliminar un capítulo entero. Y luego pasarlo en limpio con copias al carbón, o refundirlo por una temporada al fondo de un cajón del escritorio, antes de iniciar con arrojo y coraje una historia nueva que ya le hierve en la sangre. O amanecer con la mala noticia de que un suplemento cultural o una revista le rechazaron un relato propuesto tiempo atrás. “La vida de un escritor es libre e ilimitada, y si hay privaciones hay algún consuelo en el hecho de que no somos los únicos en enfrentarlas, y que nunca lo seremos mientras viva la raza humana”.

VI

La autora de La celda de cristal se consuela al recordar los fracasos de Henry James al incursionar en teatro, sin saber, dice ella, que después de muerto se han adaptado sus obras para la escena (Los inocentes, de William Archibald), el cine (Washington Square y Daisy Miller), los radio-teatros, etcétera. Aunque le queda el orgullo de haber sido reconocida por cineastas franceses, italianos y estadounidenses. De El temblor de la falsificación Graham Green dijo que era su mejor novela y su tema el recelo y la aprensión. Para la posteridad Patricia Highsmith (1921-1995) dejó, en los archivos suizos de Berna, una herencia de ocho mil páginas entre diarios, cartas, recortes y apuntes personales para historias. Sobre una amante, Caroline, casada, escribió: “se derrite en mis brazos como si Vulcano la hubiese fundido expresamente para ello. Puedo pasarme toda la noche con ella”. En su novelística es frecuente encontrar el desdoblamiento de un personaje en otro, como le pasaba a la propia Highsmith, que temía llegar a la esquizofrenia en la edad adulta. ®

Notas
* Patricia Highsmith, El temblor de la falsificación, Madrid: Alfaguara, 1984, traducción de Maribel de Juan.
** Patricia Highsmith, Suspense, Bogotá: Norma, 2010, traducción de Débora Vázquez y Matías Bradford.

(Nota tomada de la revista en línea Replicante, abril 2011.)

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