lunes, 13 de junio de 2011

CARAVANA DEL DESCONSUELO

En los muchos años en que he observado o participado en marchas y mítines, nunca había yo visto algo como lo que está sucediendo con la que, encabezada por el poeta Javier Sicilia, cruzó el territorio nacional a través de las localidades con más muertos en la guerra contra la delincuencia organizada y desorganizada que asuela a México.

La diferencia es la siguiente: las marchas casi siempre son para exigir. Alguna vez también llegamos a tenerlas para festejar un triunfo, pero hace mucho que eso no sucede. Por eso vemos que en ellas las personas llevan mantas y carteles con sus peticiones y gritan consignas alusivas o guardan silencio.
Sin embargo, en las que se han llevado a cabo organizadas por Sicilia y los grupos y personas que lo apoyan, ha sucedido algo distinto: se ha dado la voz a los parientes de las víctimas. Esta es la novedad: se trata de marchas que, como escribe Clara Jusidman, tienen el objetivo de que hablen quienes “han padecido directamente los efectos de la catástrofe humana en la que nos encontramos inmersos”.
Séneca, el filósofo griego, se quejaba: “¿Quién nos escucha en todo el mundo, sea amigo o maestro, hermano o padre o madre, hermana o vecino, hijo o gobernante o sirviente? ¿A quién puede un hombre decirle: ¡Aquí estoy!? Mírame en mi desnudez, en mis heridas, en mi traición, en mi dolor, en mi lengua incapaz de expresar mi pena, mi terror, mi abandono. Escúchame por un día, una hora, un momento. Para que no muera en mi terrible soledad, en mi solitario silencio, ¡Oh, Dios! ¿No hay nadie que escuche?”
Y en la novela El que escucha, la escritora estadounidense Taylor Caldwell escribió: “La necesidad más desesperada de los seres humanos hoy en día no es una nueva vacuna, una nueva religión o una nueva forma de vida. Tampoco lo son los artefactos más nuevos del mercado, a pesar de lo que digan quienes hacen la publicidad. La verdadera necesidad del ser humano es que alguien lo escuche. Necesita decirle a alguien lo que piensa, la perplejidad en que se encuentra cuando trata de comprender los enigmas que lo atormentan”.
Javier Sicilia ha venido a decirnos que sí hay quien escuche. Se trata de un nuevo modelo de acción ciudadana que parece muy sencillo, pero no lo es. Primero, por la calidad humana que implica y exige. Y segundo, porque la ha transformado en una escucha colectiva. Ahora todos hemos tenido que oír los testimonios. Así se hace evidente y público el dolor y el miedo, pero también la ira por la corrupción y las complicidades de políticos, funcionarios, militares, policías, jueces y ministerios públicos y de aquella parte de la sociedad que se beneficia de todo esto: parientes, amigos y empleados.
Es una escucha que saca a la luz pública lo que están viviendo miles de familias mexicanas y no nos deja ignorarlo, al contrario, nos involucra a todos para que ya no podamos hacernos sordos, ciegos, mudos.
No se trata de consuelo como han nombrado a la marcha. Porque no lo hay para quien ha sufrido pérdidas como esas. No se trata tampoco de la curación por la palabra de que habló Freud y con la cual fundó esa ciencia salvadora de la humanidad, el psicoanálisis, pues es imposible “curarse” de la pérdida de un ser querido en circunstancias como estas, ya que no es la muerte por edad o por enfermedad, que por mucho que duela concebimos como parte de la vida, sino que es el asesinato, la desaparición, la tortura, la violación. Y eso no se cura. Como decía una manta desplegada el 8 de mayo en el mitin en la capital: “Un millón de palabras no pueden hacer que vuelvas. Lo sé porque lo he intentado. Tampoco un millón de lágrimas. Lo sé porque he llorado hasta no poder más”.
¿Para qué entonces una marcha como esta? De lo que se trata es, como dice Jusidman: “Que las víctimas sean lo central en el movimiento ciudadano, para que se reconozcan, se consuelen y sean ellas las que conduzcan el proceso de organización de la sociedad que tan urgentemente estamos necesitando.


(nota editorial de la escritora Sara Sefchovich, reproducida de El Universal.)

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