lunes, 28 de marzo de 2011

NEUROSIS APOCALÍPTICA

En el último número de la revista Newsweek se lee Apocalypse Now en la portada. El tsunami, los problemas con el reactor nuclear, las convulsiones políticas en el Medio Oriente y la crisis económica global son las razones que se esgrimen para concluir que vivimos en tiempos apocalípticos. Los críticos culturales buscan y encuentran: la última novela de Murakami, 1Q84, por ejemplo, ya ha sido leída en clave apocalíptica. Se rastrean escritores del Medio Oriente para ver si alguno se anticipó al caos, y los editores desempolvan de su catálogo novelas y crónicas sobre terremotos, volcanes en erupción, cataclismos nucleares.

Es suficiente, sin embargo, un poco de perspectiva para darnos cuenta de que hace mucho que convivimos con el apocalipsis, y que en realidad, a la hora de narrarlo, lo más interesante es lo que ocurre después. No Apocalipsis Ahora, sino Apocalipsis Después. Como dice James Berger en After the end (1999), su libro sobre la representación del fin de los tiempos en el cine y la literatura, "las representaciones apocalípticas suelen responder a catástrofes históricas", y narran "la ruptura de un orden social"; lo paradójico es que siempre queda algo después de esa ruptura: el fin nunca suele ser del todo el fin. Lo que queda es "la tierra baldía o el paraíso del post-apocalipsis". De hecho, los narradores apocalípticos están sobre todo interesados en explorar la nueva, traumatizada sociedad que irá naciendo de las cenizas de la anterior. Entre el antes y el después, las representaciones postapocalípticas -¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, El Eternauta, Mad Max, Terminator, La guerra del fin del mundo, 2666- son a la vez el "síntoma del trauma histórico y el intento de enfrentarlo y superarlo".
Las narrativas apocalípticas suelen hallarse a medio camino entre la historia y un discurso que trasciende lo histórico y lo temporal. Esto tiene que ver con el apocalipsis original, el del Libro de la Revelación del Nuevo Testamento. Ese fin del mundo imaginado influirá en la forma en que se narren catástrofes históricas que produzcan la sensación ineludible del fin de algo, sean estas la expulsión de los judíos de España en el siglo XV, el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial o la bomba atómica durante la Guerra Fría. Berger nos recuerda que apocalipsis es, en su sentido etimológico, revelación: el final permite clarificar o descubrir algo trascendente sobre la condición humana.
Es por eso que, en la búsqueda de los responsables del feminicidio en 2666, Roberto Bolaño no sólo está interesado en las posibilidades literarias de la novela policial o de la crónica de investigación periodística, sino, como sugiere Peter Elmore en su aguda lectura de la novela, en el "registro visionario". La novela dialoga con la historia (hay incluso un texto de investigación periodística que sirve como punto de partida: Huesos en el desierto, de Sergio González Rodríguez), pero luego la trasciende: cuando los caminos de la razón no son suficientes para entender el horror, el mal, aparece el delirio, que también puede ser profecía (Florita Almada es la médium que en la televisión habla de sus visiones y sugiere que las muertes son parte de un ritual satánico); Klaus Haas, el principal sospechoso de los crímenes, también se ve a sí mismo como si fuera parte de una revelación apocalíptica.
2666 es un texto fundamental para entender la sensibilidad apocalíptica contemporánea. Pensando sólo en un corpus latinoamericano, habría que incluir también, además de los ya mencionados Oesterheld (El Eternauta) y Vargas Llosa (La guerra del fin del mundo), a Rafael Pinedo (Plop), Evelio Rosero (Los ejércitos), Horacio Castellanos Moya (Insensatez), Leila Guerriero (Los suicidas del fin del mundo), Alvaro Bisama (Música marciana), Yuri Herrera (Señales que precederán al fin del mundo) y Mike Wilson (Zombie). Habría que ponerlos a dialogar, ver qué formas específicas toma esta sensibilidad en nuestra cultura.


(La cuestión acerca del tema "para entender la sensibilidad apocalíptica contemporánea" es que quien escribe se remite a lecturas recientes o a autores cercanos a su generación, cuando cada generación tiene sus obsesiones y sus propias drogas, lecturas, gustos, autores, hábitos, etc. No tenemos por qué pensar que se escribe sobre el Apocalipsis a partir de Murakami, Bolaño y Mendoza o Yuri Herrera. Tampoco podemos escribir del cine y sus "criaturas" a partir de "El bebé de Rosemary" (Polansky), las momias de Juan Orol o El Santo, el enmascarado de plata. Nota de Edmundo Paz Soldán aparecida en Muro de Cultura, diario La Tercera, Santiago de Chile, "Apocalipsis después".)

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