martes, 22 de febrero de 2011

FEBRERO TIENE 29 DÍAS

Laura fue violada a los doce años de edad. Actualmente trabaja de free-lance en una revista o periódico sin salir de casa, en su lap-top, como recién ha llegado de su pueblo, a menudo le llaman de casa y aprovecha para preguntar por la comida oaxaqueña, mientras ella como chocolates o frijoles de lata. Su soledad la manifiesta observando a una pareja de vecinos desde su ventana y a un par de ancianos que viven en el departamento de abajo, mientras toman café y platican en la azotehuela, rodeados de macetas. Cuando tiene ganas de coger, se masturba pegada a la ventana o se arregla para salir. Pero sus amantes de un rato la dejan pronto. Hasta que conoce a Arturo.
   La primera noche, él la posee por inserción anal. Las subsecuentes la relación carnal sube de tono pues ambos comienzan a saborear el dolor como un matiz y variante del sexo, uno para aplicarlo y la otra para paladearlo: mientras Arturo la posee en la cama, ella toma la mano de él y se la acomoda en el cuello, hasta que Laura empieza a cambiar de color y bizquea por la falta de oxígeno; luego, en la siguiente visita, él la ata de la garganta con su propio cinto mientras la posee analmente. Hasta aquí, se adivina la preferencia de Arturo por el cine porno de donde ha aprendido a golpear las nalgas, a quemarle los pechos con el cigarro y a mantenerla atada en la mesa de la sala mientras la orina desnuda, etcétera.
   Otra forma de exhibir su alienación es la frecuencia con que Laura marca los días de febrero que van transcurriendo, los silencios en que vive su soledad, la monotonía de asomarse a la ventana como una variante del voyeur. Hasta que ella lo invita a que le corte la garganta con un cuchillo cebollero al tiempo que le hace el amor. Aquí ocurre otra revelación al espectador: es ella la que lleva la iniciativa, él es el pretexto para la consumación de un plan de vida.
    La sutileza del director y los actores se nos muestra en la reacción de Arturo, en su temor de probar (y llegar a consumar) el homicidio como una forma desconocida de orgasmo. Es el momento en que le revela, a pregunta específica, de que fue abusada sexualmente a los doce años de edad.
   La invitación de Laura para llegar a un clímax orgásmico mediante el acto extremo de, acaso, decapitación, pone a prueba la sangre fría y los arrestos de Arturo: es el último día del segundo mes del año. Por el desenlace, que aquí no se revela, sabemos que ella, otra vez, ha fracasado en su intento de superar una culpa que carga desde la adolescencia.
   El uso de un espacio cerrado, como en Las amargas lágrimas de Petra von Kant, de Fassbinder; o en La tarea, de Jaime Humberto Hermosillo; o el encierro en que transcurre el monólogo de El sicario, habitación 164, de Charles Bowden y Gianfranco Rosi, permite mostrar las dotes de los actores de la cinta aquí brevemente reseñada, Año bisiesto (2010), opera prima de Michael Rowe, que, se diría, nacieron para interpretar a los personajes: Mónica del Carmen y Gustavo Sánchez Parra. Cineteca de la ciudad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario