Cuando Madame Verdurin subió al estrado para informarle a los asistentes que admitía su derrota en los pasados comicios, 4 de julio, ninguno imaginó que preguntas, opiniones y cuestionamientos estaban descartados en su agenda pues durante su administración (2004-2010) se preció de ser demócrata y de una pieza por su pasado de militancia en las filas comunistas. (Aplausos.)
Su monólogo, entonces, rodeada de los reflectores de las televisoras y los flashes de paparazzis, de las grabadoras en on de las más diversas marcas, aunque todas armadas en Taiwán y adquiridas en la fayuca -en la vereda que lleva a Bracho-, a precios de remate, transcurrió, una vez más, en una torre de marfil armada ex profeso.
Evocó, como en los mejores tiempos de Swann, la admirable respuesta ciudadana para acudir a las urnas el Día de la Independencia de los Estados Unidos: un día lluvioso y gris a primera hora de la mañana, cuando ella llegó al poder gracias a una participación del 51 por ciento; voz y voto que esta vez ascendió cerca de un diez por ciento, gracias a la decisión del hombre de a pie que decidió enviar al carajo al partido en el poder.
Con una voz ronca que delataba horas de insomnio, Madame Verdurin sacó un pañuelo albo para secarse las comisuras, la frente que delataba una lucha previa para controlar las emociones antes de llevarse a la boca el primer trago de agua Ciel embotellada y añadir que la democracia campea en estas lejanas tierras de la Corona imperial gracias a su partido que supo enfrentar con arrojo la amenaza de enemigos venidos de otros reinos. (No los mencionó pero en los presentes estaban idem el Nuevo Reyno de León, el de Antequera, Vizcaya y Galicia.)
Aunque ella omitió mencionar la amenaza siempre latente del abstencionismo, representado seguramente por aquellas lacras obsesionadas por emigrar a otras tierras y a otras patrias; a los que viven al día con una coca-cola y un kilo de tortillas y nopalitos; a aquellos desdichados que son felices con una tele destartalada que sintoniza el canal de las estrellas mediante un "diablito" y señal en blanco y negro, prosiguió la alabanza de su gestión con un sahumerio lleno de resinas importadas.
Como al desgaire mencionó por su nombre al del partido opositor que se llevó, de lejos, las cifras arrojadas en las urnas para en seguida alabar la paz beatífica que priva en estas tierras, la bendición de las aguas que nos trajo el huracán Alex, las obras concluidas entregadas al pueblo, los sueños realizados en el sexenio, etcétera, etcétera.
Ya de salida, luciendo el collar de perlas cultivadas que siempre la caracteriza, con un silencio significativo respondió a las preguntas que se quedaron atoradas en el gaznate, apenas alcanzadas a articular en los labios temblorosos del auditorio, en los periodistas que esta vez se quedaron, de nuevo, con las ganas y las maldiciones apenas esbozadas en su barroco vocabulario, propio del autor de Picardía mexicana (que en gloria esté.)
Agarrate, si el gobierno de Madam Verdurin fue pesimo, es por erencia de los que vuelven a retomar el poder.
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